domingo, 1 de noviembre de 2009

¡Temblad, malditos!, el Santo Job está harto


Tiene toda la razón Mariano Rajoy: «Santo Job sólo hay uno en la historia». Es más, el Santo Job, cuya existencia 2.000 años antes de Cristo narra la Biblia, difícilmente pudo encontrar acomodo verídico en la historia real. Porque cuesta mucho creer que alguien de carne y hueso soportara la cantidad de putadas que el diablo (de acuerdo con el mismísimo Dios) hizo al bueno de Job con el fin de poner a prueba su santa paciencia. Primero mataron a sus pastores, sirvientes, bueyes, ovejas y camellos. Luego se cargaron a sus diez hijos y, por último, le endilgaron una enfermedad en la piel que le obligó a vivir sentado junto a un vertedero, despreciado por todo bicho viviente. En un instante de lucidez, se supone que Job se atreve a preguntarse si Dios no habrá exagerado “un poco” en el sufrimiento provocado. Y entonces Dios, que no aguanta una broma, presume de haber creado el universo entero con todos sus animales y bienes: «¿Dónde estabas tú entonces, para que ahora vengas a discutirme lo que yo hago?». Job, absolutamente acojonado, se retracta de sus palabras y pide perdón humildemente.

No hace falta un máster en psicología para intuir lo significativo de la comparación que anteayer hizo Rajoy entre su experiencia como presidente del Partido Popular y la historia bíblica del Santo Job. Rajoy anunció que el próximo martes, ante el Comité Ejecutivo Nacional del partido, dará respuesta a «lo que los militantes y los cargos electos del PP están pensando». O sea que Rajoy (en la hipótesis de que sepa lo que piensan los militantes) anuncia un puñetazo en la mesa, una patada a la silla, un grito ensordecedor… ¡Qué sabe nadie lo que es capaz de soltar un Rajoy harto de tanta puñalada! Pues eso. Nadie lo sabe porque no se conoce otro personaje real con más paciencia que el Santo Rajoy. Con una diferencia no despreciable: a Job las desgracias se las enviaba el diablo con el permiso de un Dios incomprensiblemente cruel, mientras que a Rajoy se las van sembrando sus compañeros de partido y periódicos de cabecera, siempre con la inestimable ayuda del propio Rajoy, quien “personalmente en persona” (como diría el delicioso personaje de Andrea Camilleri) se empeña en seguir «echándole una pensada» a la situación mientras la situación lo arrolla de forma inmisericorde.

Hipótesis sobre el Día D

Hace 48 horas que el presidente del PP anunció solemnemente que dentro de otras tantas (el martes, día 3) se abrirán los cielos en la madrileña calle Génova y la voz de Dios impondrá la autoridad que tanto se le reclama desde los múltiples rincones de la derecha. ¿Y qué dirá esa voz para poner fin a la actuación simultánea de las cinco pistas del Circo Ringling en que se ha convertido el Partido Popular?

Este buzón de voz ha intentado recoger las distintas opciones que manejan los sectores enfrentados y el entorno de la dirección nacional. Y la conclusión más creíble queda atravesada por el escepticismo. Los barones regionales no salpicados por escándalos de corrupción (caben en un taxi) exigen a Rajoy que ponga fin al espectáculo ofrecido por el PP de Madrid y de Valencia, feudos fundamentales en el electorado fiel de la derecha. Los más lanzados se atreven a proponer medidas tajantes, como la de nombrar una gestora provisional en Madrid o la de sustituir a Camps por Rita Barberá y adelantar elecciones en Valencia.

Esta segunda posibilidad es más factible, sobre todo si el presidente de la Generalitat es llamado a filas por el Tribunal Supremo. La primera no resulta imaginable, porque dejaría a Esperanza Aguirre a dos metros bajo tierra, pero capaz de resucitar aquel Partido Liberal del que procede, aunque sólo fuera para evitar un triunfo de su entrañable enemigo Ruiz-Gallardón. El personal de derechas (y buena parte del de izquierdas), el mismo que se tapa la nariz ante la corrupción, no perdona un partido dividido en guerrillas internas.

A Job le fueron devueltas finalmente sus riquezas y una felicidad casi eterna como pago a una paciencia masoquista. Rajoy lo tiene más complicado. Aunque el martes proclame castigos a Cobo o una solución al docudrama de Caja Madrid, no podrá evitar el contagio de esa enfermedad dermatológica llamada Luis Bárcenas, su verdadero talón de Aquiles.

Jesús Maraña